Ya han posado los cincuenta y cinco días que vivimos en Inglaterra. Mis hijos viven ya su rutina de otoño y puedo rememorar lo que me he traído de este verano.
- Los grises días de lluvia, idénticos a los días de mi infancia en Santander.
- La gente tatuada y sus cuerpos inmensos.
- Las chicas maquilladas como matrioskas.
- Las cenas a las seis de la tarde.
- Sus estrechas, minúsculas carreteras.
- La amable paciencia de cualquiera.
- Sus multitudes silenciosas.
- Los gélidos supermercados.
- El verde, verde, verde allá donde mirases.
- Los cortavientos en las playas.
- La tranquilidad del tráfico.
- Los ancianos con neopreno.
- Las cervezas locales.
- Sus sorprendentes mareas.
- El tea cream